lunes, 3 de febrero de 2014

Sin título.

Con mi hijo Enrique que a sus nueve años conserva intacta la franqueza infantil pero que ya empieza “a hacerse sus propias cuentas” y a utilizar la ironía como eufemismo, ya en la cama, en el momento ese del beso y de las buenas noches:

(La conversación es todo lo literal de lo que es capaz una memoria ya veterana):

-Papá, ¿Cuánto ha durado la carrera de hoy?.
- Una hora y casi 23 minutos. Le contesto yo.
-¿Y el viaje? En su media sonrisa ya se intuye cierta sorna.
-Entre unas cosas y otras, doce. Concedo a sabiendas de su rumbo.
- Papá, has estado viajando la mitad de las últimas veinticuatro horas para correr algo más de una.
-Papá –repite sin duda para dejar claro que no quiere ofenderme- ¡¡¡¡qué loco estás!!!.

(Ambos reímos a carcajadas).

Ya con la luz apagada, antes de salir yo de su habitación le oigo susurrar:

-Te quiero Papá.

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